<< Cosas que pasan en los centros comerciales II >>
—Es el fin…
—Pero ¿qué dices?
—No pienso salir ahí fuera.
—Hazlo o te piso.
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese.
_____ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora carcajada tras mirar nuevamente a Harry de arriba abajo. Una pesada cortina de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de sus hijos.
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó _____—, o al menos intenta no hacerlo delante de los nanos.
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños meados, niños llenos de mocos verdes…
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad.
—Bien. —Harry paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí pase lo que pase.
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra.
Harry suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse.
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los rubios mechones que caían alborotados por su frente.
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de que acabo de toparme con él.
_____ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La sangre abandonó al instante el rostro de Harry, dándole un tono aún más pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo dedicándole a _____ una mirada asesina.
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados acompañados de sus inseparables vástagos. Harry hizo un último esfuerzo, procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el trono de Papá Noel.
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas rojizas.
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo?
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe!
Harry curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa. Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono. Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a poco los tres escalones de la tarima principal.
—Qué niño más lento —le susurró Harry a _____—. Papá Noel morirá de viejo antes de que llegue.
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola, ¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que quieres que te traiga por Navidad.
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas de Harry. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control. Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron mocos secos.
—_____, busca un pañuelo.
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción.
—Sí, así me llaman.
—¿Y los renos?
—Pastando.
_____ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo, acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso terminaba cayendo al suelo.
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Es el fin…
—Pero ¿qué dices?
—No pienso salir ahí fuera.
—Hazlo o te piso.
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese.
_____ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora carcajada tras mirar nuevamente a Harry de arriba abajo. Una pesada cortina de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de sus hijos.
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó _____—, o al menos intenta no hacerlo delante de los nanos.
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños meados, niños llenos de mocos verdes…
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad.
—Bien. —Harry paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí pase lo que pase.
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra.
Harry suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse.
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los rubios mechones que caían alborotados por su frente.
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de que acabo de toparme con él.
_____ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La sangre abandonó al instante el rostro de Harry, dándole un tono aún más pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo dedicándole a _____ una mirada asesina.
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados acompañados de sus inseparables vástagos. Harry hizo un último esfuerzo, procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el trono de Papá Noel.
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas rojizas.
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo?
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe!
Harry curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa. Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono. Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a poco los tres escalones de la tarima principal.
—Qué niño más lento —le susurró Harry a _____—. Papá Noel morirá de viejo antes de que llegue.
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola, ¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que quieres que te traiga por Navidad.
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas de Harry. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control. Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron mocos secos.
—_____, busca un pañuelo.
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción.
—Sí, así me llaman.
—¿Y los renos?
—Pastando.
_____ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo, acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso terminaba cayendo al suelo.
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Una moto.
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso!
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo. Era _____, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se encontraron. La mirada de Harry destilaba sufrimiento y la de ella diversión.
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos!
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó.
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche?
—¡MAMÁÁÁ!
Harry dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras sacudía frenético las manos. A lo lejos, Harry distinguió cómo una preocupada madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. _____ se inclinó hacia ellos.
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto! ¡La más chula que tenga!
El pelirrojo dejó de llorar al instante.
—Así que fingías, ¿eh? —Harry le apuntó con un dedo acusador.
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca —atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de Harry a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias.
Harry le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno en un rincón.
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo susurro.
—Jou, jou, jou… —musitó Harry del modo más seco que pudo. La niña le ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel?
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Harry, como si este estuviese pasando un duro examen de aceptación.
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan fijamente que apenas pestañeaba.
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más!
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Harry apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma respuesta.
—Están pastando.
—Los renos no pueden pastar en la ciudad.
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más próxima de aquel infernal centro comercial.
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte.
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos?
Encontró a _____ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos como siguiese observando a la estúpida de _____ de aquel modo! Volvió a centrar su atención en la niña preguntona.
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica.
—¿Quién?
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono.
—Papá Noel no puede decir palabrotas.
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu visita. ¿Siguiente…?
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de _____, depositó bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones.
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría.
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja.
_____ dio un paso atrás, abochornada.
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico.
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró, cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu culpa.
_____ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala pasada a Harry. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue disminuyendo progresivamente.
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso!
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo. Era _____, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se encontraron. La mirada de Harry destilaba sufrimiento y la de ella diversión.
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos!
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó.
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche?
—¡MAMÁÁÁ!
Harry dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras sacudía frenético las manos. A lo lejos, Harry distinguió cómo una preocupada madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. _____ se inclinó hacia ellos.
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto! ¡La más chula que tenga!
El pelirrojo dejó de llorar al instante.
—Así que fingías, ¿eh? —Harry le apuntó con un dedo acusador.
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca —atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de Harry a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias.
Harry le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno en un rincón.
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo susurro.
—Jou, jou, jou… —musitó Harry del modo más seco que pudo. La niña le ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel?
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Harry, como si este estuviese pasando un duro examen de aceptación.
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan fijamente que apenas pestañeaba.
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más!
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Harry apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma respuesta.
—Están pastando.
—Los renos no pueden pastar en la ciudad.
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más próxima de aquel infernal centro comercial.
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte.
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos?
Encontró a _____ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos como siguiese observando a la estúpida de _____ de aquel modo! Volvió a centrar su atención en la niña preguntona.
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica.
—¿Quién?
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono.
—Papá Noel no puede decir palabrotas.
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu visita. ¿Siguiente…?
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de _____, depositó bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones.
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría.
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja.
_____ dio un paso atrás, abochornada.
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico.
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró, cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu culpa.
_____ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala pasada a Harry. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue disminuyendo progresivamente.
—¿No crees que vas un poco rápido? Al último niño ni siquiera le has dado tiempo de decirte qué quería de regalo.
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo.
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. _____, abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que Harry seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano.
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…?
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia.
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo.
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona. —Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que digamos…
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran.
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha ido con la mano roja a casa.
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba.
Harry sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. _____ esperó en el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba agotado.
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Harry comenzaba a darse cuenta de que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese por ver el gesto de desilusión en el rostro de _____.
_____… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada como _____.
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo.
«Eres el mejor, Harry», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo.
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró a _____ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos.
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado.
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de esperarte. Ya he visto todo el centro comercial.
Harry ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos, especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos.
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo?
—No sé de qué demonios me hablas.
—¡De mi regalo! ¡Vamos, _____, vamos, dámelo YA!
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente.
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo.
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado.
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —_____ se encaró con él, alzando los hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¡Serás desgraciado!
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido.
_____, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado.
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría sustituir a tu armario.
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos!
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo.
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. _____, abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que Harry seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano.
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…?
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia.
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo.
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona. —Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que digamos…
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran.
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha ido con la mano roja a casa.
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba.
Harry sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. _____ esperó en el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba agotado.
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Harry comenzaba a darse cuenta de que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese por ver el gesto de desilusión en el rostro de _____.
_____… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada como _____.
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo.
«Eres el mejor, Harry», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo.
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró a _____ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos.
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado.
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de esperarte. Ya he visto todo el centro comercial.
Harry ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos, especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos.
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo?
—No sé de qué demonios me hablas.
—¡De mi regalo! ¡Vamos, _____, vamos, dámelo YA!
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente.
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo.
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado.
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —_____ se encaró con él, alzando los hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¡Serás desgraciado!
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido.
_____, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado.
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría sustituir a tu armario.
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos!
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
_ ¿Cómo puedes ser tan… tan… egoísta? ¡Me sacas de quicio!
Harry suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta de _____. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a él de súbito.
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo voy.
—Pe… pero Harry… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero…
Pero era demasiado tarde. Harry desapareció en el interior de la tienda. _____ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Harry recordase cómo llegar hasta allí.
En realidad sí le había comprado un regalo a Harry e incluso se había gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar.
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil tan grande como Harry. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida.
—¡No me he perdido, _____!
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos, era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y…
—¡Qué asco! —Harry olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles.
Era el instante en el que abría la boca cuando _____ desechaba la idea de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente, atormentándola y recordándole el prohibido beso.
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con Marcus. Debe de estar esperándonos.
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su hábitat natural, para siempre…
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —_____ aceleró el paso con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía.
_____ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Harry pasó el rato protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos…
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él? —explotó _____, agotada de escuchar su voz.
Harry se encogió de hombros.
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada por lo que quejarme.
—Eres un egocéntrico.
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto.
—No hace falta que lo jures. —_____ puso los ojos en blanco—. Y ahora cierra la boca de una vez. Hemos llegado.
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____ garabateaba como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado.
—¿Marcus?
_____ pronunció su nombre temerosa, y Harry, alerta desde que había pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana.
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza, terminándosela de golpe. Volvió a sonreír.
—Es mi regalo para papá y mamá.
Harry se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. _____ fue algo más discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa.
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—. Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
Harry suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta de _____. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a él de súbito.
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo voy.
—Pe… pero Harry… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero…
Pero era demasiado tarde. Harry desapareció en el interior de la tienda. _____ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Harry recordase cómo llegar hasta allí.
En realidad sí le había comprado un regalo a Harry e incluso se había gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar.
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil tan grande como Harry. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida.
—¡No me he perdido, _____!
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos, era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y…
—¡Qué asco! —Harry olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles.
Era el instante en el que abría la boca cuando _____ desechaba la idea de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente, atormentándola y recordándole el prohibido beso.
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con Marcus. Debe de estar esperándonos.
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su hábitat natural, para siempre…
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —_____ aceleró el paso con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía.
_____ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Harry pasó el rato protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos…
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él? —explotó _____, agotada de escuchar su voz.
Harry se encogió de hombros.
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada por lo que quejarme.
—Eres un egocéntrico.
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto.
—No hace falta que lo jures. —_____ puso los ojos en blanco—. Y ahora cierra la boca de una vez. Hemos llegado.
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____ garabateaba como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado.
—¿Marcus?
_____ pronunció su nombre temerosa, y Harry, alerta desde que había pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana.
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza, terminándosela de golpe. Volvió a sonreír.
—Es mi regalo para papá y mamá.
Harry se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. _____ fue algo más discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa.
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—. Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
—Pero ¿eso qué es?
—Un dibujo.
—¿Piensas regalarles un dibujo?
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos siempre.
—Marcus…
Harry siguió riendo.
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _____ y Harry pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa. Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Harry, lo he puesto un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes.
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has dibujado en la mano?
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto la otra noche… te caracteriza bastante bien.
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico.
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra.
_____ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer, hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos energúmenos.
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa.
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea recta por la avenida principal. _____, entre Harry y Marcus, aceleraba el paso todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que, despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás.
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó Harry a _____ en susurros.
—¿Tanto te molesta?
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no eructar más?
Marcus la miró confundido.
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde…
—Por favor…
—No sabía que fueses tan pija, _____. —Rió despreocupado—. ¡Menuda hermana tengo! Yo pensaba que molabas.
En realidad a _____ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer a Harry, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo.
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que la suerte volvía a estar de su parte, pues _____ pudo pasar el resto de la tarde a solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Harry. Mientras tanto, el Harry real se entretuvo dándose un largo baño de espuma durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras.
_____ puso la mesa, mientras Harry la seguía de la cocina al comedor y vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Harry se sentó a su lado con movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó viendo las noticias.
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo, las pérdidas han sido elevadas.
—Esto es muy aburrido —se quejó Harry, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no pones alguna película como la de El rey león?
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo _____—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el mundo, si no te importa.
—La cuestión es que sí me importa.
—¡Cállate de una vez!
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que, todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes posible. Les mantendremos informados.
—Un dibujo.
—¿Piensas regalarles un dibujo?
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos siempre.
—Marcus…
Harry siguió riendo.
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _____ y Harry pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa. Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Harry, lo he puesto un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes.
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has dibujado en la mano?
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto la otra noche… te caracteriza bastante bien.
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico.
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra.
_____ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer, hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos energúmenos.
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa.
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea recta por la avenida principal. _____, entre Harry y Marcus, aceleraba el paso todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que, despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás.
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó Harry a _____ en susurros.
—¿Tanto te molesta?
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no eructar más?
Marcus la miró confundido.
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde…
—Por favor…
—No sabía que fueses tan pija, _____. —Rió despreocupado—. ¡Menuda hermana tengo! Yo pensaba que molabas.
En realidad a _____ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer a Harry, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo.
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que la suerte volvía a estar de su parte, pues _____ pudo pasar el resto de la tarde a solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Harry. Mientras tanto, el Harry real se entretuvo dándose un largo baño de espuma durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras.
_____ puso la mesa, mientras Harry la seguía de la cocina al comedor y vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Harry se sentó a su lado con movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó viendo las noticias.
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo, las pérdidas han sido elevadas.
—Esto es muy aburrido —se quejó Harry, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no pones alguna película como la de El rey león?
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo _____—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el mundo, si no te importa.
—La cuestión es que sí me importa.
—¡Cállate de una vez!
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que, todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes posible. Les mantendremos informados.
—Gg… gri… gripe de la ga… ga… gallina… —balbució, confundido.
_____ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Harry. Su rostro se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba hacia él.
_____ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se dejó llevar como un peso muerto.
—Empiezas a asustarme, Harry.
_____ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por delante de sus ojos. Harry tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un punto muerto. _____ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Harry frente a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.
—¿Por qué me pegas?
—Intentaba reanimarte.
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _____, venga, muévete de una vez! —gritó como un loco.
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe más y no deberías alarmarte por ello…
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO?
—Bien, como quieras.
_____ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo Harry, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del aparato a la velocidad de la luz.
—¿Mamá?
—¡Oh, Harry, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE.
—Esto… ¿estás bien, cielo?
—¡NO! —explotó.
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento.
_____ observó anonadada las reacciones de Harry. Su rostro ya no estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un ejecutivo sumamente ocupado.
—¿Harry? —preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? ¿Qué te pasa?
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que mande un helicóptero o algo, ¡YA!
Harry escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono.
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima…
—¡Lo sé, es para asustarse!
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa. Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña coliflor. Te quiero.
Harry iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que tuviese la oportunidad de hacerlo.
Justin pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría a la idiota de _____.
Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando se preguntó con cuántos chicos habría salido _____. Peor aún: la imaginó en brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su mente.
—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó.
—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato sin compromisos?
—No sé… todos en general… ¿Cuántos?
—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué?
Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de _____, no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco, ¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido.
—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como «_____, la chica a domicilio»?
—¿Qué estás insinuando?
Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas.
—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos.
—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Justin!
—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de _____. Al fin y al cabo, él también estaba enojado.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…».
—¡Cállate!
_____ notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola lágrima.
—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó finalmente.
Justin la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las manos.
—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables segundos repletos de tensión.
—Sí. —_____ logró relajarse—. ¿Y tú?
Justin alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces _____ adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo nudo presionase su garganta.
—No. No lo soy —contestó.
_____ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Harry. Su rostro se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba hacia él.
_____ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se dejó llevar como un peso muerto.
—Empiezas a asustarme, Harry.
_____ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por delante de sus ojos. Harry tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un punto muerto. _____ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Harry frente a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.
—¿Por qué me pegas?
—Intentaba reanimarte.
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _____, venga, muévete de una vez! —gritó como un loco.
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe más y no deberías alarmarte por ello…
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO?
—Bien, como quieras.
_____ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo Harry, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del aparato a la velocidad de la luz.
—¿Mamá?
—¡Oh, Harry, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE.
—Esto… ¿estás bien, cielo?
—¡NO! —explotó.
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento.
_____ observó anonadada las reacciones de Harry. Su rostro ya no estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un ejecutivo sumamente ocupado.
—¿Harry? —preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? ¿Qué te pasa?
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que mande un helicóptero o algo, ¡YA!
Harry escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono.
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima…
—¡Lo sé, es para asustarse!
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa. Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña coliflor. Te quiero.
Harry iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que tuviese la oportunidad de hacerlo.
—Un poco más de agua, por
favor. Creo que acabaré deshidratándome.
—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —_____ sonrió tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación.
—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Justin, que apretó los dientes al hablar.
—Oh, perdón.
La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina», ya que a Justin se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. _____ abrió el botiquín de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente.
—Están a la derecha —le indicó Justin—. ¡Uf, _____, eres una paleta total! Dame el botiquín, ya las busco yo mismo.
Le tendió la maletita.
—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio riendo—. Eso sería… el Apocalipsis.
Justin desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó la cabeza en un almohadón de color morado.
—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Justin—. Vas a tener que contratar a alguien para que piense estupideces nuevas por ti.
—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus responsabilidades?
—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo odio este horrible lugar!
—Te refieres a mi casa, ¿no?
—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente.
—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa significa que falta un poco menos para que te marches de aquí.
Justin estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.
_____ cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las teclas del mando a distancia.
—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés.
—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña.
—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que uno de mis cuartos de baño.
_____ enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad… y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro.
—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Marcus, ¿verdad?
Justin ladeó lentamente la cabeza y miró a _____ con los ojos muy abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente.
—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago.
—No es un chiste, Justin. —_____ amplió su sonrisa—. En realidad es dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero hemos conseguido arreglarlo.
Y era cierto. Marcus había querido celebrar su cumpleaños esa misma noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre. Había sido toda una suerte que el señor Graham cediera; terminó sucumbiendo a las amenazas de Marcus de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank.
—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió _____, animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Marcus.
—¿Qué?
Justin negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la frente y la lanzó sobre _____.
—Pero ¿qué haces, loco?
—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad?
—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Justin, no será para tanto! Todos son muy simpáticos.
Justin se cruzó de brazos.
—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos. Gracias.
—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —_____ sonrió tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación.
—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Justin, que apretó los dientes al hablar.
—Oh, perdón.
La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina», ya que a Justin se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. _____ abrió el botiquín de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente.
—Están a la derecha —le indicó Justin—. ¡Uf, _____, eres una paleta total! Dame el botiquín, ya las busco yo mismo.
Le tendió la maletita.
—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio riendo—. Eso sería… el Apocalipsis.
Justin desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó la cabeza en un almohadón de color morado.
—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Justin—. Vas a tener que contratar a alguien para que piense estupideces nuevas por ti.
—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus responsabilidades?
—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo odio este horrible lugar!
—Te refieres a mi casa, ¿no?
—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente.
—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa significa que falta un poco menos para que te marches de aquí.
Justin estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.
_____ cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las teclas del mando a distancia.
—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés.
—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña.
—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que uno de mis cuartos de baño.
_____ enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad… y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro.
—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Marcus, ¿verdad?
Justin ladeó lentamente la cabeza y miró a _____ con los ojos muy abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente.
—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago.
—No es un chiste, Justin. —_____ amplió su sonrisa—. En realidad es dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero hemos conseguido arreglarlo.
Y era cierto. Marcus había querido celebrar su cumpleaños esa misma noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre. Había sido toda una suerte que el señor Graham cediera; terminó sucumbiendo a las amenazas de Marcus de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank.
—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió _____, animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Marcus.
—¿Qué?
Justin negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la frente y la lanzó sobre _____.
—Pero ¿qué haces, loco?
—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad?
—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Justin, no será para tanto! Todos son muy simpáticos.
Justin se cruzó de brazos.
—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos. Gracias.
_____ se recostó en el
sofá, cogió en brazos a Whisky e intentó ignorar el berrinche de Justin. A
veces podía llegar a parecer un niño de tres años, a pesar de su aspecto
elegante y eternamente formal. No tenía arreglo.
—¿Estás enfadado?
Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y Justin le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una mosca molesta. _____ recordó aquellos días en que había trabajado de niñera para la vecina y se propuso actuar con Justin tal y como se comportaba con los críos a los que debía cuidar.
—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez?
Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Justin arrugó la nariz, y sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en _____ como si esta fuese una intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió contestar.
—Vale.
Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por _____. Ella se levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó distraída algunas cubiertas.
—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece…
—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es?
—Ahora lo verás.
Justin se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, _____ apagó el televisor y se recostó en el sofá.
—Bueno, ¿qué te ha parecido la película?
—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín.
_____ negó con la cabeza, esforzándose por no reír.
—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés: deberías identificarte con Aladdín.
—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan, ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada mal.
—No tienes remedio —bufó _____.
—Gracias.
Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo silencio. _____ había comenzado a sentir cierta curiosidad por Justin. En realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental.
—Justin, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Eh… NO.
—¿Alguna vez has tenido novia?
—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas.
—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad?
Justin comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola.
—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto.
—¿De veras? No me lo creo.
—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas.
_____ rió descaradamente. Su ego no tenía límites.
—¿Y con cuántas chicas has salido?
—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo.
_____ se acercó a Justin, rompiendo la normativa de espacio vital individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró con una mezcla de miedo y desconcierto.
—¡Va, Justin! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—. ¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la cama!
Justin tragó saliva despacio. La desvergüenza de _____ le ponía nervioso. Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había tenido novia.
—A… dos —susurró.
Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio interrumpido por las risas de _____. Le señaló con un dedo y negó con la cabeza, incrédula.
—¿SOLO DOS? —¿Estás enfadado?
Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y Justin le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una mosca molesta. _____ recordó aquellos días en que había trabajado de niñera para la vecina y se propuso actuar con Justin tal y como se comportaba con los críos a los que debía cuidar.
—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez?
Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Justin arrugó la nariz, y sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en _____ como si esta fuese una intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió contestar.
—Vale.
Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por _____. Ella se levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó distraída algunas cubiertas.
—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece…
—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es?
—Ahora lo verás.
Justin se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, _____ apagó el televisor y se recostó en el sofá.
—Bueno, ¿qué te ha parecido la película?
—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín.
_____ negó con la cabeza, esforzándose por no reír.
—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés: deberías identificarte con Aladdín.
—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan, ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada mal.
—No tienes remedio —bufó _____.
—Gracias.
Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo silencio. _____ había comenzado a sentir cierta curiosidad por Justin. En realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental.
—Justin, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Eh… NO.
—¿Alguna vez has tenido novia?
—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas.
—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad?
Justin comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola.
—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto.
—¿De veras? No me lo creo.
—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas.
_____ rió descaradamente. Su ego no tenía límites.
—¿Y con cuántas chicas has salido?
—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo.
_____ se acercó a Justin, rompiendo la normativa de espacio vital individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró con una mezcla de miedo y desconcierto.
—¡Va, Justin! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—. ¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la cama!
Justin tragó saliva despacio. La desvergüenza de _____ le ponía nervioso. Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había tenido novia.
—A… dos —susurró.
Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio interrumpido por las risas de _____. Le señaló con un dedo y negó con la cabeza, incrédula.
Justin pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría a la idiota de _____.
Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando se preguntó con cuántos chicos habría salido _____. Peor aún: la imaginó en brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su mente.
—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó.
—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato sin compromisos?
—No sé… todos en general… ¿Cuántos?
—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué?
Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de _____, no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco, ¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido.
—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como «_____, la chica a domicilio»?
—¿Qué estás insinuando?
Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas.
—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos.
—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Justin!
—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de _____. Al fin y al cabo, él también estaba enojado.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…».
—¡Cállate!
_____ notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola lágrima.
—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó finalmente.
Justin la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las manos.
—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables segundos repletos de tensión.
—Sí. —_____ logró relajarse—. ¿Y tú?
Justin alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces _____ adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo nudo presionase su garganta.
—No. No lo soy —contestó.
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MARATON 3/4
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