sábado, 19 de octubre de 2013

Capitulo 18 - Instinto salvaje I


<<Instinto salvaje I >> 

—¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Harry . 
—No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan colaborador —objetó _____ con desconfianza. 
—Tú con tal de protestar… 
—Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos. 
—¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Marcus o su edad mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos globos. 
—Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró—. Venga, ¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos. 
Harry los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado. _____ puso los ojos en blanco. 
—¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad? 
—No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó—. Eres muy descuidada, _____, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina. 
—Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero que no hagas nada —objetó. 
—¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que ayudo. 
—¡Pero… si has dicho que no querías hacerlo! 
—Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida—. ¡Eres una manipuladora de cuidado! 
—Esto ya es insoportable… —susurró _____. 
—Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin reconoces algo —opinó él—, mi madre siempre dice que ese es el primer paso para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, _____! 
_____ le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo antes de lanzarlo sobre el rostro de Harry . 
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué me atacas? 
Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la cabeza del inglés. 
—¿Qué te propones, _____? 
Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. _____ rió. Sin embargo, Harry  pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre el brazo de ella con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. Ella le miró sorprendida. 
—¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado? 
—Te lo merecías. 
—¿Qué…? 
_____ no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él pellizcándole el hombro. Harry , sentado en el suelo del comedor de la familia Graham, abrió mucho los ojos. 
—¡Eso ha dolido! 
—Era mi intención, idiota. 
—¡Serás…! 
Y se abalanzó sobre ella descaradamente, empujándola a un lado y pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. _____ logró sobreponerse rodando sobre sí misma y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que Harry  se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos, manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Harry  empujó a _____ y ella cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia contenida a lo largo de todo el día, _____ contraatacó tirándose sobre Harry , mordiéndole el hombro con ganas. Él gritó e intentó quitársela de encima a base de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y terminó tumbado sobre ella. Presionó las manos de _____ contra el suelo, por encima de su cabeza, con lo que la inmovilizaba. 
—¡Quítate de encima, estúpido, me estás aplastando! —se quejó. 
Harry  la miró fijamente. La escasa distancia que separaba sus rostros le permitía distinguir las graciosas pecas que adornaban el contorno de la nariz de _____, otorgándole un aire aniñado. Ambos respiraban entrecortadamente, como si acabasen de participar en una maratón de varios kilómetros. Él se había despeinado con la pelea, y algunos mechones rubios se escurrían alborotados, rozando la frente de _____ y haciéndole cosquillas. Ella se removió bruscamente, intentando desasirse de las manos de Harry , pero él la sujetó todavía con más fuerza, presionando su cuerpo contra el de _____.
—Si te suelto, ¿dejarás de pegarme? 
—¡Nunca! —explotó ella, y le dedicó una mirada de profundo odio.
 
—Entonces tendremos que celebrar el cumpleaños de tu hermano así, tumbados en el suelo del comedor uno encima del otro. —Sonrió con ironía y sus ojos grises parecieron brillar intensamente—. Qué interesante va a ser esto…
 
Un tenso silencio reinó durante unos segundos que se hicieron eternos. _____ comenzó a tranquilizarse, y sus ojos se toparon con los rojizos labios entreabiertos de Harry , los cuales, curiosamente, se hallaban cada vez más cerca de su rostro. De forma inconsciente, cerró los ojos, despacio, como si estuviese esperando algo. Un beso, quizá. 
—¡La hostia!, ¡mira qué bien se lo montan algunos! 
Harry dio un respingo, sorprendido, y se apartó rápidamente del cuerpo de _____ para hacerse a un lado. Marcus, acompañado por otros dos jóvenes, les miraba sonriente apoyado en el marco de la puerta. 
—Joder con tu hermanita… —objetó uno de sus amigos entre risas. 
—¡Oye, esto no es lo que estáis pensando! —logró gritar _____, avergonzada. Se puso de pie y comenzó a sacudirse las ropas. 
Harry , todavía confuso, imitó sus movimientos. 
—Ah, ¿no? —Marcus sonrió ampliamente—. ¿Estudiabais anatomía? 
—¡Cállate ya! —se quejó _____. Después se giró resentida hacia Harry , apretando los puños—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te odio! —exclamó, antes de desaparecer escaleras arriba hacia su habitación. 
Harry se quedó allí anclado, en medio del comedor, como una marioneta sin dueño, mientras los otros tres le observaban con curiosidad. Marcus se encendió un cigarrillo y le señaló con el dedo. 
—No le hagas caso chaval, así son las mujeres, no intentes comprenderlas. 
—Seguro que en menos de diez minutos te envía un sms pidiéndote que la perdones o algo parecido —opinó otro de los chicos, que llevaba ambos lados de la cabeza rapados, dejando que en medio creciese una cresta de pelo parecida a la de las gallinas, al estilo punk—. Y si no lo hace, le compras una rosa fea de esas y todo solucionado. 
Harry parpadeó confundido. 
—No… no, nosotros no estamos juntos. 
Marcus le miró de reojo. Después sonrió y el humo de la calada que acababa de darle al cigarro se escurrió entre sus labios.
—Pues casi mejor. A mi hermana siempre le han ido las relaciones liberales. 
—En realidad, lo que quería decir es que no tenemos ningún tipo de relación. 
—Ya, claro, y yo voy a la universidad… ¡no te jode! —respondió Marcus, lo que provocó que sus amigos prorrumpiesen en sonoras carcajadas. 
Los tres pasaron por delante de él y se dejaron caer sobre el sofá. El de la cresta comenzó a liarse un porro mientras el otro buscaba algo interesante en la televisión. Harry recordó algo y se sentó en el sillón, cerca de ellos. 
—Marcus… ¿no se suponía que tú estudiabas? —preguntó. 
Él le dirigió una mirada divertida. Los tres volvieron a reír al unísono. 
—Eso creen mis padres —explicó—. En realidad no hago nada. Pero si piensan que estudio me pagan mis gastos diarios, así no tengo que ponerme a trabajar —detalló—. Y _____ me encubre a cambio de que yo la encubra a ella. Ya sabes, les dice a mis padres que sale conmigo por las noches, pero luego se va con sus amigos. 
Harry le miró alarmado, abriendo mucho los ojos. No podía creer que le hiciesen aquello a la pobre Abigail, con lo bien que se había portado con él. Suspiró, sintiéndose extraño por el simple hecho de estar preocupado por los problemas de otras personas que poco o nada deberían importarle. 
—¿No te sientes culpable? 
—¿Culpable de qué…? —Y encendió la PlayStation. 
—Nada, déjalo. 
—Bueno, chavalote, ¿cómo te llamas? —preguntó el chico de la cresta. 
Harry le miró de arriba abajo antes de contestar: vestía unas mallas agujereadas que se ajustaban al contorno de sus delgadas piernas y contrastaban con la chaqueta de cuero repleta de remaches y parches diversos cosidos aquí y allá del modo más desordenado posible. El inglés tragó saliva despacio. 
—Me llamo Justin… —respondió al fin. 
—Encantado. —El punk le tendió una mano, y Harry creyó que se desmayaría al estrechársela. Afortunadamente, solo se sintió ligeramente mareado cuando lo hizo—. Yo soy Esko. 
—¿Esko? —preguntó, pensando que se trataba de una broma. 
—Sí. Es un mote, me lo pusieron porque mi grupo favorito de música es Eskorbuto —aclaró felizmente—. Y este es Leo. Es un poco callado —añadió. 
El tal Leo también le tendió la mano, mostrándole un amago de sonrisa. Parecía más normal que el otro, aunque vestía de un modo raro: pantalones anchos, sudadera ancha, todo ancho en general…

 —Bueno, ¿ya habéis preparado la cena? —Le preguntó Marcus—. Ten, anda, fuma un poco —le tendió el porro. 
—No, gracias. —Suspiró—. Yo… creo que será mejor que suba y hable con tu hermana. 
—¡Así me gusta! Tú dale caña, chaval. A las chicas les gusta que las hagan sufrir, son así de raras. 
Harry se dirigió hacia el baño a toda prisa mientras Marcus seguía hablando. Lo primero que hizo fue lavarse las manos tres veces seguidas, después de los afectuosos saludos de Esko y Leo. Si todos los amigos de Marcus eran como aquellos, estaba seguro de que pasaría la peor noche de su vida. Se miró al espejo y se propuso ser fuerte. Aquello era la selva, y debía sacar a flote su instinto salvaje para lograr sobrevivir en medio del caos. 
Después se dirigió al cuarto de _____. Entró sin llamar a la puerta. 
—Pero ¿qué haces? —_____ le lanzó un despertador, que chocó contra la pared, a unos centímetros de su cabeza—. Avisa antes de entrar, podría haber estado cambiándome. 
—Tampoco vería nada del otro mundo. —Se encogió de hombros. 
—¡No te soporto más! 
—Oye, que vengo en son de paz. 
—Métete esa paz por donde te quepa. 
—La paz es un concepto abstracto, no puede depositarse en ningún lugar concreto, ¿entiendes? 
—¡Por Dios, lo que una tiene que aguantar! —Alzó la vista al cielo, desesperada. 
—Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas horas. No quiero morir en pleno cumpleaños de tu hermano y, ciertamente, esos tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi vida. 
—Todo lo haces siempre por interés —se quejó _____. 
—¡Pero es un interés positivo! 
—¿Sabes?, ya me he cansado; esta vez no pienso ayudarte. 
Fijó sus ojos en Harry y esperó encontrar tristeza y desolación en su rostro; sin embargo, él sonreía de un modo misterioso. 
—Como quieras, tendremos que ir a malas entonces —dijo—; por explicarlo de otro modo: si no me ayudas contaré la verdad sobre la falsa vida estudiantil de Marcus y tus habituales salidas nocturnas. 
_____ abrió la boca de par en par, alucinada. ¿De dónde había sacado el inglés aquella información? Seguramente al tonto de su hermano se le habría escapado. Harry supo que ella se encontraba entre la espada y la pared. 
—Y ahora, mi querida _____, es hora de hacer la cena —anunció, con una enigmática sonrisa en su rostro—. Yo supervisaré que todo salga bien; ¡venga, andando!, ya basta de vaguear. 
—¡Serás…! 
—¿Qué soy, _____? —preguntó, con un deje amenazador en la voz. 
—Eres sencillamente… adorable —masculló ella. 
—Gracias. 
Harry se dirigió hacia la escalera, y _____ se levantó dispuesta a seguirle. No tenía otra opción. 
—Capullo. Eres un capullo, eso quería decir —añadió en un susurro que el inglés no llegó a oír. 
Una vez en la cocina, _____ abrió la nevera y observó el interior. Miró a Harry . 
—A ver, ¿cuántas hamburguesas necesitaremos…? —preguntó _____ en voz alta, pensativa. 
Harry la miró asustado. 
—¿Hambur… qué? 
—Hamburguesas. 
—¡Aparta, niña cutre! —exclamó, le dio un empujón y la hizo a un lado bruscamente—. ¡Hamburguesas, dice! ¡Ni que estuviéramos en un bareto de mala muerte, en mitad de la carretera, en medio de la nada! —farfulló—. ¿Qué será lo próximo?, ¿patatas fritas con kétchup, kétchup… o como se diga? 
—Se llama Kétchup, y sí, realmente pensaba hacer patatas fritas. 
—¡Oh! —Se llevó una mano al pecho—. Me agotas. Eres una cría, _____, ¡vete a jugar con tus braguitas de Piolín! 
_____ frunció el ceño, confusa. 
—¿Qué has dicho? 
Él se giró y la miró fijamente. El gris de sus ojos parecía más claro, como si la frialdad se hubiese disipado. 
—Bragas, calzoncillos… ¡Baja de las nubes, _____! Todo el mundo usa ropa interior… menos tu hermano, por descontado.
—¡Eh, no me cambies de tema! 
—¡No!, ¡no me cambies de tema tú! ¿Aquí quién es el jefe?, pensaba que eso ya había quedado claro en la habitación —añadió—. Anda, niña, ve sacando la masa para hacer los canapés. 
_____ se cruzó de brazos y le miró como si estuviese completamente loco. 
—¿He oído bien? 
—No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a tu otorrino —comentó—. Pero no dudes de mi pronunciación, mi dicción es perfecta. 
Ella se echó a reír. 
—¿Eres consciente de que ni con diez bandejas de tus ridículos canapés lograrás saciar el apetito de los amigos de Marcus? 
—Ese no es mi problema: eres tú quien tiene que hacerlos… —le recordó—. Yo solo te diré de qué los tienes que rellenar —añadió con un ligero retintín.


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Espero que les guste el capitulo :) Disfruten

Martita : Aqui te lo sigo espero que te guste y con respecto a la pregunta la respuesta es que se daran cuenta mas rapido de lo que crees ;)

martes, 1 de octubre de 2013

Capitulo 17 - Confusión



<<Confusión>> 

—Estoy hasta las narices de hacer mariposas de estas —protestó Harry, mientras espolvoreaba con canela algunas de las galletas. 
—No son mariposas, son lacitos. —_____ le miró seria—. No me digas que nunca los has probado… 
—Eso es algo obvio. En mi casa no comemos mierda. 
— ¡Los lacitos no son mierda! 
—Cierto, tienes razón: solo son un cúmulo de grasa bañado en azúcar. Grasa y más grasa, como conclusión —explicó con ademán reflexivo. 
—Estás enfermo. 
Se encogió de hombros. 
—Es complicado mantenerme sano si tengo que verte a todas horas; las pupilas, los tímpanos… todo acaba resintiéndose inevitablemente. 
— ¡Cállate de una vez! ¡Y deja de echarles canela a los lacitos! 
—Solo intentaba ocultar la aceitosa realidad. 
Acababan de comenzar a preparar los primeros detalles del cumpleaños de Marcus, y _____ ya se sentía agotada. Soportar a Harry  era peor que moldear y hornear quinientos lacitos con canela. Desde que el inglés había descubierto que acudirían a la celebración todos los amigos de Marcus, se había propuesto un reto: conseguir decir más de diez estupideces por minuto que sacasen de quicio a _____. Y, al parecer, lo estaba logrando. 
—Bien. Ya está. —_____ se apartó el flequillo de la frente y se ensució la cara de harina—. Ahora enchufa el horno. 
— ¿Cómo se hace eso, señorita… Casper? 
—¿Casper? 
—Te has manchado de harina, parece que acabas de disfrazarte de fantasma para ir a un carnaval —Enarcó las cejas—, aunque… por otra parte… 
—Da igual, mejor no añadas nada más. —_____ le dio un empujón al pasar por su lado y encendió el horno. 
—Como decía, por otra parte… la suciedad actúa como barrera impidiéndome ver tu cara. Y supongo que eso es bueno.
Ella bufó, esparciendo aún más el desastre desatado en la cocina, y se cruzó de brazos. 
—No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad? 
—Exacto. Es uno de mis dones: siempre tengo algo que decir. Soy un chico listo. 
—No sé qué concepto tienes tú de lo que significa realmente ser «un chico listo», cualquiera diría que estás como una regadera, en el caso más optimista. 
—¿Como una regadera? Perdona, pero no he entendido la metáfora. 
—No importa, ni siquiera quiero que la entiendas —farfulló _____ bruscamente. 
Se quitó el delantal y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Por una parte, Harry  tenía razón. Tras la elaboración de los famosos lacitos, _____ estaba sucia, despeinada, cansada y asqueada, mientras que él parecía recién salido de la ducha. Misteriosamente, ni siquiera llevaba restos de masa o harina entre sus perfectas uñas. Estos fenómenos inexplicables hacían que se sintiera en desventaja. 
—Bueno, ahora, si no es mucha molestia, creo que subiré a mi habitación y dormiré un poco… —anunció él, y bostezó con disimulo. 
—Pero ¿qué dices? ¡Si todavía no hemos preparado nada! 
Harry  la miró confundido. 
—¿Qué intentas decir, niña? —preguntó, arrugando la nariz; la última palabra sonó áspera y con un deje de hastío. 
—Preparar el cumpleaños nos llevará horas, Harry —le informó—. Y no me llames niña, idiota. 
—¡Ni lo sueñes! Te dejo a ti el puesto de jornada completa, yo prefiero hacer media jornada y… creo que ya he cumplido con mi trabajo. —Sonrió ampliamente—. Me voy a echar la siesta. 
Y salió de allí a grandes zancadas, cerró la puerta de la cocina con brusquedad y dejó a _____ sumida en un tenso silencio. La joven respiró profundamente, procurando mantener la calma. Al final, presa de la desesperación, decidió darse una ducha antes de enfrentarse de nuevo a Harry . 
Era invierno y hacía muchísimo frío, pero, de todos modos, _____ se duchó con agua templada y agradeció los escalofríos que recorrían su espalda haciéndole cosquillas, como si un ejército de diminutas hormigas escalase por su piel. Todavía era capaz de sentir algo. Últimamente las horas se le antojaban más largas y densas de lo normal, y por si aquello no fuese suficientemente malo teniendo en cuenta que estaba de vacaciones, temía estar perdiéndose a sí misma.
Quizá estaba cambiando por culpa de Harry . Cerró los ojos con fuerza, disfrutando del contacto del agua sobre su piel. No podía dejar de pensar en la última conversación que había mantenido con el inglés. Su voz martillaba con fuerza en su cabeza una vez tras otra, incansable. Imaginaba a Harry  cogido de la mano de una chica y sentía una extraña incomodidad al visualizar la imagen que trazaba en su mente. Aquella joven con la que él había estado debía de haber sido perfecta dada la selectividad de Harry . No como ella… que al parecer tenía cien mil defectos que él odiaba y le recordaba constantemente. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a compararse con la ex novia de Harry , a la que había ido idealizando, dando rienda suelta a su imaginación. 
Enfadada consigo misma, cerró con fuerza el grifo de la ducha antes de salir y cubrirse con un albornoz de color pistacho. El espejo le devolvió la mirada: a decir verdad, tampoco se veía tan fea, y supuso que Harry  exageraba al respecto solo para hacerle daño. Era una chica corriente. Cierto que no se arreglaba demasiado, que verdaderamente no le gustaba hacerlo. Prefería invertir ese tiempo en cualquier otra actividad más provechosa. Suspiró profundamente, en realidad no sabía por qué tenía que justificar su estilo de vida; nunca antes se había preocupado por ello y le molestaba hacerlo ahora. 
Se vistió con desgana y salió del cuarto de baño más cabreada que nunca. Caminó a grandes zancadas, haciendo chirriar el suelo de madera a su paso hasta su habitación. Cuando entró, encontró a Harry  revolviendo la ropa del armario. Los labios de _____ formaron una línea recta perfecta, y los apretó tanto que se tornaron blanquecinos. 
—¿Se puede saber qué demonios haces en mi cuarto? 
—Solo… pasaba por aquí… Te estaba buscando —acabó confesando Harry . 
—¿Me buscabas dentro del armario, entre la ropa? 
Harry , con un gesto de absoluta inocencia, se encogió de hombros. 
—Como estás loca, contigo nunca se sabe… 
—¡Harry ! —gritó _____, sumamente enfadada. Acababa de toparse con el límite de su paciencia. Ya había llegado a la frontera de la tolerancia. 
—Así me llamo —aseguró él, dando un paso atrás. 
—¡Sé qué es lo que estabas haciendo! —_____ sonrió maliciosa—. Buscabas los regalos de Navidad. Eres más tonto aún de lo que pensé al principio. 
—¿Qué? ¿Regalos? Yo no…
—Te he pillado. 
La actitud de _____ no dejaba margen para la más mínima duda. Harry  agachó la cabeza, rindiéndose al fin. Después se abalanzó sobre ella y comenzó a sacudirla por los hombros. 
—¡Dime dónde están! 
—Lo siento, tendrás que aprender a tener paciencia —le indicó _____, tal como podría haberlo hecho una madre. 
—La paciencia es la filosofía de los infelices conformistas —apuntó él—. Yo necesito saber qué me has comprado. 
—¡Déjalo ya, Harry , no pienso decírtelo! —concluyó—. Y ahora baja a la cocina y ayúdame a organizar la fiesta. 
—¿Es un castigo o algo parecido? 
A _____ le entraron ganas de reír, pero logró contenerse a tiempo. Definitivamente, Harry  era un niño grande. Hacía años que ella había superado aquella sana impaciencia a la hora de recibir los regalos navideños y le parecía graciosa la expresión angelical que él había adoptado. 
—Sí, es un castigo. 
Ambos salieron de la habitación —Harry  tras suspirar de un modo dramático— y se dirigieron hacia el piso inferior. 
—¿Sabes…? —Dijo, fijando sus ojos en ella con una sonrisa pícara—, eso de que me castigues… suena un tanto erótico. 
A _____ se le aceleró el corazón y se preguntó si Harry  sería capaz de advertir la delirante velocidad de sus latidos. Notó el calor arremolinándose en torno a sus mejillas y, como no sabía qué contestar, le dio un manotazo en el hombro. 
—¡Deja de decir tonterías! —logró exclamar finalmente. 
Él rió con disimulo mientras descendían el último tramo de la escalera. Entraron en la cocina. Harry  apoyó la espada en la pared y se cruzó de brazos, observando los movimientos de _____. Ella abrió la nevera preguntándose qué podría preparar para cenar. 
—Bueno, al menos es un alivio saber que no piensas castigarme atándome las manos al cabezal de la cama ni nada de eso… —prosiguió—. Así pues, ¿cuál es mi condena? 
_____ resopló furiosa. Quedaba poco tiempo para los preparativos y el inepto de Harry le retrasaba la tarea aún más. Una idea pasó por su cabeza. 
—Ya sé qué puedes hacer —objetó—. Camina lentamente hasta el garaje, abre la lavadora que encontrarás allí, saca la ropa limpia… ¿lo entiendes todo hasta el momento?
—Creo que sí. 
—Vale. Pues después de eso, tiendes la ropa en el jardín trasero, en el tendedero, ¿de acuerdo? Te lo he explicado a prueba de idiotas, así que espero que no tengas ninguna duda al respecto. 
Harry  chasqueó los dedos y sonrió levemente. 
—En realidad tengo una duda. 
—¡Uf! —_____ alzó la vista al techo de la cocina, presa de la desesperación—. ¿De qué se trata? 
—Mi duda es… ¿por qué tengo que tender la ropa de la familia Graham como un vulgar sirviente? 
—¡HARRY , PORQUE TODOS DEBEMOS AYUDAR EN CASA Y YO NECESITO PERDERTE DE VISTA UN RATO! 
Él dio la impresión de querer añadir algo más, pero, al ver a _____ tan enfadada, decidió que sería mejor no llevarle la contraria en ese momento. 
—Está bien —gruñó por lo bajo, y se dirigió hacia el garaje. 
No estaba seguro de haber comprendido todo lo que _____ le había ordenado, porque, sencillamente, jamás había tendido ni una sola prenda de ropa. Localizó la lavadora al fondo del garaje y la abrió, apretando la palanca. Sonrió satisfecho. Después encontró una palangana: sacó la ropa de la lavadora y la depositó allí. Una vez terminó, fue hasta la parte trasera del jardín cargado con la palangana repleta de ropa y la dejó en el suelo. Frente a él había unas cuerdas atadas a las ramas de dos árboles, formando tres líneas rectas. Ojeó las pinzas sueltas que se encontraban colgadas ahí. 
«Tú puedes hacerlo, Harry », se dijo. Cogió una camiseta. Era negra, y en la parte delantera resaltaba el dibujo de una hoja verde de marihuana, así que rápidamente dedujo que pertenecía a Marcus. Suspiró, resentido por tener que llevar a cabo un trabajo tan decadente, dado su blanco historial en las tareas domésticas, y finalmente logró colgarla en la cuerda sujetándola con dos coloridas pinzas. 
Tendió una segunda prenda, una tercera, una cuarta, una quinta… y entonces se quedó muy quieto. No pudo evitar sonreír. 
—Vaya, vaya, qué interesante… —murmuró con un deje lascivo. Y estiró la goma de unas braguitas de _____. 
Eran de color azul intenso, con el dibujo de Piolín en la parte delantera y un letrero en la zona del culo donde se leía: «Sexy girl». 
Apenas se dio cuenta cuando la imagen de _____ en ropa interior se apoderó de su mente. Sacudió la cabeza, consternada; ¿en qué estaba pensando? Suspiró. En realidad debía admitir que se había sentido aliviado tras saber que _____ nunca se había acostado con ninguno de sus muchos novios. Probablemente, incluso empezaba a cogerle un poco de cariño a causa de la intensa convivencia. 
Sintiéndose un tanto estúpido, Harry  tendió las braguitas de _____. Y entonces una pregunta curiosa se apoderó de él, parpadeando como un luminoso cartel de propaganda en su cabeza: ¿qué talla de sujetador utilizaría la chica? No estaba seguro de ello, ya que _____ solía vestir sudaderas o chaquetas deportivas que ocultaban aquello que Harry  querría descubrir. Rápidamente rebuscó en la palangana hasta encontrar un sujetador azul que completaba el conjunto de las braguitas de Piolín. 
—Pues tampoco está tan mal… —comentó Harry  en voz alta. 
—¿Qué es lo que no está tan mal? 
Sorprendido, dejó caer el sujetador al suelo. Era _____, que le observaba con atención a apenas dos metros de distancia. Estaba de brazos cruzados y, a juzgar por la agria expresión de su rostro, seguía cabreada. 
—Decía que…, nada, que no está tan mal esto de tender la ropa —mintió. 
—Me alegra. Espero que te sirva de lección y lo hagas más a menudo. 
—No lo dudes —añadió, esforzándose por no reír. 
—¿Sabes?, hoy estás un poco raro. 
—Así soy yo: raro y exclusivo —aclaró. 
—No eres exclusivo en el buen sentido de la palabra, Harry . En todo caso serías… repulsivo. 
Harry  frunció el ceño, molesto. 
—Oye, ¿por qué tienes que pagar conmigo tu mal humor? 
—Pero ¿qué demonios te pasa a ti? Esto es lo que hacemos siempre: atacarnos el uno al otro. 
—Ya, claro. 
—¿No piensas decir nada? ¿Ni siquiera… un nuevo insulto o algo que reprocharme? 
—Estoy falto de inspiración. 
El enfado de _____ pareció concentrarse en la afilada mirada que le dirigió. 
—¡Vete al cuerno, estúpido inglés! —gritó, antes de dirigirse nuevamente hacia el interior de la casa. Harry  se encogió de hombros, ligeramente confuso por la reacción de _____.
Lo cierto era que ella ya no estaba segura de qué la cabreaba más: si el hecho de que Harry  se comportase tal como lo harían las personas normales y corrientes o que se dedicase a humillarla y dañarla con sus patéticas ironías. Posiblemente le molestaba todo en general, e hiciese lo que hiciese él, ella jamás estaría satisfecha con el resultado final. Se sentía extraña y más irritable de lo normal tras la conversación sobre sexo que habían mantenido.

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MARATON  4/4

Hola :D miiil perdones en serio no se co que cara volver luego de tanto tiempo sin publicar :(
Ya le falta poco a esta, luego publicare una de Niall para otras que les gusta :3
Bye
LOVE ... LOVE...

Capitulo 16 - Cosas que pasan en los centros comerciales II



<< Cosas que pasan en los centros comerciales II >>

—Es el fin… 
—Pero ¿qué dices? 
—No pienso salir ahí fuera. 
—Hazlo o te piso. 
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese. 
_____ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora carcajada tras mirar nuevamente a Harry de arriba abajo. Una pesada cortina de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de sus hijos. 
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó _____—, o al menos intenta no hacerlo delante de los nanos. 
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños meados, niños llenos de mocos verdes… 
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad. 
—Bien. —Harry paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí pase lo que pase. 
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra. 
Harry suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse. 
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los rubios mechones que caían alborotados por su frente. 
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de que acabo de toparme con él. 
_____ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La sangre abandonó al instante el rostro de Harry, dándole un tono aún más pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo dedicándole a _____ una mirada asesina. 
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados acompañados de sus inseparables vástagos. Harry hizo un último esfuerzo, procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el trono de Papá Noel. 
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas rojizas. 
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo? 
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe! 
Harry curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa. Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono. Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a poco los tres escalones de la tarima principal. 
—Qué niño más lento —le susurró Harry a _____—. Papá Noel morirá de viejo antes de que llegue. 
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola, ¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que quieres que te traiga por Navidad. 
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas de Harry. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control. Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron mocos secos. 
—_____, busca un pañuelo. 
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción. 
—Sí, así me llaman. 
—¿Y los renos? 
—Pastando. 
_____ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo, acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso terminaba cayendo al suelo. 
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Una moto. 
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso! 
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo. Era _____, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se encontraron. La mirada de Harry destilaba sufrimiento y la de ella diversión. 
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos! 
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó. 
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche? 
—¡MAMÁÁÁ! 
Harry dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras sacudía frenético las manos. A lo lejos, Harry distinguió cómo una preocupada madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. _____ se inclinó hacia ellos. 
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto! ¡La más chula que tenga! 
El pelirrojo dejó de llorar al instante. 
—Así que fingías, ¿eh? —Harry le apuntó con un dedo acusador. 
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca —atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de Harry a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias. 
Harry le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno en un rincón. 
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo susurro. 
—Jou, jou, jou… —musitó Harry del modo más seco que pudo. La niña le ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel? 
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Harry, como si este estuviese pasando un duro examen de aceptación. 
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan fijamente que apenas pestañeaba. 
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más! 
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Harry apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma respuesta. 
—Están pastando. 
—Los renos no pueden pastar en la ciudad. 
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más próxima de aquel infernal centro comercial. 
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte. 
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos? 
Encontró a _____ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos como siguiese observando a la estúpida de _____ de aquel modo! Volvió a centrar su atención en la niña preguntona. 
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica. 
—¿Quién? 
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono. 
—Papá Noel no puede decir palabrotas. 
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu visita. ¿Siguiente…? 
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de _____, depositó bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones. 
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría. 
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja. 
_____ dio un paso atrás, abochornada. 
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico. 
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró, cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu culpa. 
_____ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala pasada a Harry. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue disminuyendo progresivamente.
—¿No crees que vas un poco rápido? Al último niño ni siquiera le has dado tiempo de decirte qué quería de regalo. 
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo. 
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. _____, abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que Harry seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano. 
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…? 
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia. 
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo. 
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona. —Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que digamos… 
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran. 
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha ido con la mano roja a casa. 
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba. 
Harry sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. _____ esperó en el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba agotado. 
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Harry comenzaba a darse cuenta de que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese por ver el gesto de desilusión en el rostro de _____. 
_____… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada como _____. 
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo. 
«Eres el mejor, Harry», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo. 
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró a _____ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos. 
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado. 
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de esperarte. Ya he visto todo el centro comercial. 
Harry ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos, especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos. 
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo? 
—No sé de qué demonios me hablas. 
—¡De mi regalo! ¡Vamos, _____, vamos, dámelo YA! 
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente. 
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo. 
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado. 
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —_____ se encaró con él, alzando los hombros. 
—Nada. 
—¿Nada? ¡Serás desgraciado! 
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido. 
_____, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado. 
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría sustituir a tu armario. 
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos! 
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
_  ¿Cómo puedes ser tan… tan… egoísta? ¡Me sacas de quicio! 
Harry suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta de _____. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a él de súbito. 
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo voy. 
—Pe… pero Harry… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero… 
Pero era demasiado tarde. Harry desapareció en el interior de la tienda. _____ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Harry recordase cómo llegar hasta allí. 
En realidad sí le había comprado un regalo a Harry e incluso se había gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar. 
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil tan grande como Harry. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida. 
—¡No me he perdido, _____! 
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos, era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y… 
—¡Qué asco! —Harry olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles. 
Era el instante en el que abría la boca cuando _____ desechaba la idea de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente, atormentándola y recordándole el prohibido beso. 
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con Marcus. Debe de estar esperándonos. 
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su hábitat natural, para siempre… 
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —_____ aceleró el paso con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía. 
_____ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Harry pasó el rato protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos… 
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él? —explotó _____, agotada de escuchar su voz. 
Harry se encogió de hombros. 
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada por lo que quejarme. 
—Eres un egocéntrico. 
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto. 
—No hace falta que lo jures. —_____ puso los ojos en blanco—. Y ahora cierra la boca de una vez. Hemos llegado. 
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____ garabateaba como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado. 
—¿Marcus? 
_____ pronunció su nombre temerosa, y Harry, alerta desde que había pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió tras ella. 
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana. 
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza, terminándosela de golpe. Volvió a sonreír. 
—Es mi regalo para papá y mamá. 
Harry se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. _____ fue algo más discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa. 
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—. Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
—Pero ¿eso qué es? 
—Un dibujo. 
—¿Piensas regalarles un dibujo? 
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos siempre. 
—Marcus… 
Harry siguió riendo. 
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _____ y Harry pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa. Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Harry, lo he puesto un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes. 
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has dibujado en la mano? 
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto la otra noche… te caracteriza bastante bien. 
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico. 
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra. 
_____ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer, hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos energúmenos. 
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa. 
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea recta por la avenida principal. _____, entre Harry y Marcus, aceleraba el paso todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que, despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás. 
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó Harry a _____ en susurros. 
—¿Tanto te molesta? 
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no eructar más? 
Marcus la miró confundido. 
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde… 
—Por favor… 
—No sabía que fueses tan pija, _____. —Rió despreocupado—. ¡Menuda hermana tengo! Yo pensaba que molabas. 
En realidad a _____ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer a Harry, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo. 
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que la suerte volvía a estar de su parte, pues _____ pudo pasar el resto de la tarde a solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Harry. Mientras tanto, el Harry real se entretuvo dándose un largo baño de espuma durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras. 
_____ puso la mesa, mientras Harry la seguía de la cocina al comedor y vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Harry se sentó a su lado con movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó viendo las noticias. 
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo, las pérdidas han sido elevadas. 
—Esto es muy aburrido —se quejó Harry, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no pones alguna película como la de El rey león? 
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo _____—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el mundo, si no te importa. 
—La cuestión es que sí me importa. 
—¡Cállate de una vez! 
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que, todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes posible. Les mantendremos informados.

—Gg… gri… gripe de la ga… ga… gallina… —balbució, confundido. 
_____ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Harry. Su rostro se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse. 
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba hacia él. 
_____ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se dejó llevar como un peso muerto. 
—Empiezas a asustarme, Harry. 
_____ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por delante de sus ojos. Harry tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un punto muerto. _____ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Harry frente a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida. 
—¿Por qué me pegas? 
—Intentaba reanimarte. 
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _____, venga, muévete de una vez! —gritó como un loco. 
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe más y no deberías alarmarte por ello… 
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO? 
—Bien, como quieras. 
_____ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo Harry, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del aparato a la velocidad de la luz. 
—¿Mamá? 
—¡Oh, Harry, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE. 
—Esto… ¿estás bien, cielo? 
—¡NO! —explotó. 
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento. 
_____ observó anonadada las reacciones de Harry. Su rostro ya no estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un ejecutivo sumamente ocupado. 
—¿Harry? —preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? ¿Qué te pasa? 
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que mande un helicóptero o algo, ¡YA! 
Harry escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono. 
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima… 
—¡Lo sé, es para asustarse! 
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa. Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña coliflor. Te quiero. 
Harry iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que tuviese la oportunidad de hacerlo.

—Un poco más de agua, por favor. Creo que acabaré deshidratándome. 
—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —_____ sonrió tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación. 
—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Justin, que apretó los dientes al hablar. 
—Oh, perdón. 
La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina», ya que a Justin se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. _____ abrió el botiquín de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente. 
—Están a la derecha —le indicó Justin—. ¡Uf, _____, eres una paleta total! Dame el botiquín, ya las busco yo mismo. 
Le tendió la maletita. 
—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio riendo—. Eso sería… el Apocalipsis. 
Justin desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó la cabeza en un almohadón de color morado. 
—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Justin—. Vas a tener que contratar a alguien para que piense estupideces nuevas por ti. 
—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus responsabilidades? 
—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo odio este horrible lugar! 
—Te refieres a mi casa, ¿no? 
—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente. 
—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa significa que falta un poco menos para que te marches de aquí. 
Justin estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.
_____ cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las teclas del mando a distancia. 
—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés. 
—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña. 
—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que uno de mis cuartos de baño. 
_____ enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad… y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro. 
—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Marcus, ¿verdad? 
Justin ladeó lentamente la cabeza y miró a _____ con los ojos muy abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente. 
—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago. 
—No es un chiste, Justin. —_____ amplió su sonrisa—. En realidad es dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero hemos conseguido arreglarlo. 
Y era cierto. Marcus había querido celebrar su cumpleaños esa misma noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre. Había sido toda una suerte que el señor Graham cediera; terminó sucumbiendo a las amenazas de Marcus de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank. 
—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió _____, animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Marcus. 
—¿Qué? 
Justin negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la frente y la lanzó sobre _____. 
—Pero ¿qué haces, loco? 
—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad? 
—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Justin, no será para tanto! Todos son muy simpáticos. 
Justin se cruzó de brazos. 
—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos. Gracias.
_____ se recostó en el sofá, cogió en brazos a Whisky e intentó ignorar el berrinche de Justin. A veces podía llegar a parecer un niño de tres años, a pesar de su aspecto elegante y eternamente formal. No tenía arreglo. 
—¿Estás enfadado? 
Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y Justin le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una mosca molesta. _____ recordó aquellos días en que había trabajado de niñera para la vecina y se propuso actuar con Justin tal y como se comportaba con los críos a los que debía cuidar. 
—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez? 
Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Justin arrugó la nariz, y sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en _____ como si esta fuese una intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió contestar. 
—Vale. 
Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por _____. Ella se levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó distraída algunas cubiertas. 
—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece… 
—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es? 
—Ahora lo verás. 
Justin se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, _____ apagó el televisor y se recostó en el sofá. 
—Bueno, ¿qué te ha parecido la película? 
—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín. 
_____ negó con la cabeza, esforzándose por no reír. 
—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés: deberías identificarte con Aladdín. 
—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan, ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada mal.
—No tienes remedio —bufó _____. 
—Gracias. 
Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo silencio. _____ había comenzado a sentir cierta curiosidad por Justin. En realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental. 
—Justin, ¿puedo hacerte una pregunta? 
—Eh… NO. 
—¿Alguna vez has tenido novia? 
—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas. 
—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad? 
Justin comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola. 
—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto. 
—¿De veras? No me lo creo. 
—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas. 
_____ rió descaradamente. Su ego no tenía límites. 
—¿Y con cuántas chicas has salido? 
—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo. 
_____ se acercó a Justin, rompiendo la normativa de espacio vital individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró con una mezcla de miedo y desconcierto. 
—¡Va, Justin! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—. ¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la cama! 
Justin tragó saliva despacio. La desvergüenza de _____ le ponía nervioso. Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había tenido novia. 
—A… dos —susurró. 
Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio interrumpido por las risas de _____. Le señaló con un dedo y negó con la cabeza, incrédula.
—¿SOLO DOS? 
Justin pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría a la idiota de _____. 
Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando se preguntó con cuántos chicos habría salido _____. Peor aún: la imaginó en brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su mente. 
—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó. 
—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato sin compromisos? 
—No sé… todos en general… ¿Cuántos? 
—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué? 
Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de _____, no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco, ¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido. 
—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como «_____, la chica a domicilio»? 
—¿Qué estás insinuando? 
Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas. 
—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos. 
—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Justin! 
—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de _____. Al fin y al cabo, él también estaba enojado.
—¿Y eso qué tiene que ver? 
—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…». 
—¡Cállate! 
_____ notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola lágrima. 
—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó finalmente. 
Justin la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las manos. 
—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables segundos repletos de tensión. 
—Sí. —_____ logró relajarse—. ¿Y tú? 
Justin alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces _____ adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo nudo presionase su garganta. 
—No. No lo soy —contestó.

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MARATON 3/4